04 agosto, 2009

Anécdotas Reales


Inicié mis estudios de medicina el 3 de octubre de 1954 en la entonces Universidad Santo Tomás de Aquino, hoy UASD. Sin embargo, comencé a visitar el primer hospital José María Cabral el 5 de junio de ese año (1954) en calidad de “practicante observador” pues sólo tenía 17 años. Mi misión era entre otras cosas, llevarle el pesado maletín de médico a mi padre. Este consideró que ya tenía que vestir como un médico: pantalones, camisa y zapatos blancos. Cruzaba todo Santiago con mi vestimenta de médico. Las materias del primer año eran básicas: Anatomía, Fisiología, Física y Química.

En el segundo año también teníamos materias básicas (Fisiología, Parasitología, etc.) pero todavía no habíamos llegado al examen del paciente, que se comenzaba en el tercer año.

En julio de 1956 a Santiago luego de liberar ese segundo año. Inmediatamente volví a asistir al José María Cabral vestido de médico acompañando a mi padre siempre en condición de observador. Llevándole su maletín.

Una noche un querido vecino nuestro, don Firín Victoria hace una crisis asmática. Mi padre era su médico pero papá había salido del país días antes. Don Firín padecía de enfisema pulmonar secundario al tabaco pero yo tenía ni la más remota idea de lo que era aquello. Era finales de julio de 1956. Esa noche, cerca de las 8:00 p.m. viene el hijo de don Firín buscando a mi padre. Mi respuesta fue “Papá está fuera del país”. “Pero ven tú, que eres casi médico” replica William el hijo del paciente, “Esto es algo urgente” tomo a disgusto el voluminoso maletín de mi padre y voy a ver el paciente.

Don Firín se estaba ahogando, muy disnéico y con estertores por todo el tórax. Al examinarlo (luego de mucho trabajo tratando de abrir el maletín el cual nunca había abierto por mi cuenta). Apenas sabía tomar la tensión arterial. Como se puede imaginar, no comprendí aquella multitud de ruidos en el tórax del paciente.

En se momento habían dos personas graves en la habitación: don Firín asfixiándose y yo sin saber que hacer. Pero don Firín me salvó al decirme: “Tengo enfisema pulmonar y tu papá me trató el año pasado por algo similar con aminofilina I.V. y despacilina I.M. en ampollas por cuatro días. Yo, desfalleciente, tomé un segundo aire y con propiedad señalé:” Eso mismo pensaba indicarle. Déjeme hacerle la receta”. Me fui volando de ese hogar y no me volvieron a ver.
Cinco días después suena el timbre de mi casa. Era mi primer paciente, don Firín Victoria y su esposa, ambos en trajes de gala para traerme una bella corbata “por haberle salvado la vida”.


Tomado de la Revista "Ciudad Corazon"